6/08/2007
Tierra buena
Por tierra o por aire, cada vez que llego a mi ciudad me es inevitable una leve taquicardia. Esto no siempre se debe a la altura, sino a esa mezcla de amor y odio por ella. Bogotá ha hecho en mí el trabajo que Dios hizo con Job. Todo me lo ha dado y todo me lo quitado, pero bendito sea su santo nombre y aquel 6 de agosto de 1538 (con todo y lo discutible que sea la precisión de la fecha).
Cuando los conquistadores españoles llegaron al altiplano diezmados, enfermos y desabastecidos, dieron con esta sabana. Don Juan de Castellanos, atinadamente, sólo pudo escribir lo siguiente:
"¡Tierra buena! ¡Tierra buena!
¡Tierra que pone fin a nuestra pena!
¡Tierra de oro, tierra bastecida, tierra para hacer perpetua casa,
tierra con abundancia de comida,
tierra de grandes pueblos, tierra rasa,
tierra donde se ve gente vestida,
tierra de bendición, clara y serena,
tierra que pone fin a nuestra pena!"
Ya sé. Lo que vino después fue el exterminio y la explotación de los indígenas por parte de quienes se sintieron tan aliviados al llegar aquí. También sé que hoy Bogotá sigue teniendo muchos defectos. Para empezar, es la capital emproblemada de un país aún más emproblemado, pero también sostiene la mayor parte de la economía nacional y recibe -no siempre muy bien- a miles de personas para quienes, quizá, Bogotá no sea la tierra que pone fin a su pena y apenas les sirve de burladero para sus desgracias.
Pero, al menos por hoy, quiero celebrar que nací en los verdes y frescos dominios del Zipa.
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3 comentarios:
Celebración amarga ésta de la de 'fundación' de los españoles, como varias otras.
Las páginas 8-11 de este libro hablan del particular.
(Si al principio no puede ver esas páginas busque "Jiménez de Quesada" o algo parecido)
Si, si, si, yo sé a lo que se refiere. No es por olvidar la historia, sino simplemente celebrar que nacimos en esta sabana, junto a estas montañas, que en nuestros patios hay feijoas, moras, papayuelas, brevas y, por supuesto, curubas.
No podemos cambiar el pasado, pero sí el presente y el futuro. Ya no hay indios ni españoles. Todos estamos más cruzados que los puentes de la 92 con 30.
Qué buena foto, ala.
Y qué bello su amor por la ciudad.
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