Si tuviera que escoger la canción que cambió mi vida, sin duda sería esta. Sin “Enjoy the Silence”, nunca hubiera descubierto a mi banda favorita, sin la cual no me habría interesado en la música (sin la cual no habría aprendido a medio tocar un instrumento), sin la cual, a su vez, mi carrera como periodista habría sido muy distinta. A la música, le debo, ni más ni menos, que en mi nevera haya mercado, incluso hoy, que no escribo mucho sobre el tema.
“Enjoy The Silence” apareció para mi en Girardot, una tarde muy calurosa de diciembre de 1990, un poco después de las 6. En cuanto el video salió en la pantalla y la música empezó a sonar, fue como si un par de manos sobre mis hombros me hubieran obligado a sentarme. No podía creer que esa fuera la misma banda de la empalagosa “Just Can’t Get Enough”.
Todo encajaba. La letra, la música y la imagen de un rey que camina solo por el campo, la playa y la nieve con una silla de plegable. La imagen de un hombre que aparentemente lo tiene todo, pero que al final no tiene nada aparte de lo que está en sus manos me ha acompañado durante casi 20 años. No es difícil identificarse con él.