18/10/2006

Contra el guayabo


He tenido la mala suerte de que mis peores borracheras suelen ocurrir antes de un día de trabajo y no un viernes o un sábado.

A pesar de la rasca, un destello de responsabilidad queda en alguna región del cerebro y ella dicta que uno tiene que amanecer bien.

Por eso, aparte de los tradicionales consejos para evitar una jala monumental o un guaybo asesino -como haber comido antes de beber, no mezclar y cosas así-, creo que lo mejor contra cualquier mal etílico sigue siendo una buena vomitada.

Y no un vomitada cualquiera. Me refiero al vómito inducido con el dedo índice en la úvula y una reverente genuflexión ante el retrete. No tiene caso esperar que el vómito salga de manera natural.

La sensación de alivio es inmediata y permite conciliar el sueño con menos dificultad.

Posteriormente, no hay nada como mear.

Estas dos sencillas acciones evitan también dos tipos de catástrofe: mearse en la cama en plena adultez y morir ahogado en el propio vómito (hablo de las bascas espontáneas y no de las inducidas).

A menos que uno sea un rockero famoso de 27 años, no tiene sentido ese tipo de muerte.

Ni ustedes ni yo entramos en esa categoría.

Por la mañana, a tomar agua. AGUA. No uno de esos tósigos con los que se embrutecieron la noche anterior, a pesar de lo que diga el beodo de su mejor amigo.