20/11/2007

Mis problemas de la A a la Z. Problema Ch: Chivas

Son hermosas cuando salen en una foto de un libro de Villegas de esos que se ponen en la mesa de centro de la sala. Pero no más. En la comodidad de la sala, uno no puede sentir el frío de los pasajeros (si el día es fresco), ni saborear el polvo del camino (si el día es soleado) y por eso la chiva parece di-vi-na.

En un sofá mullido no se siente el torturado jopo del pasajero de chiva, que en el mejor de los casos irá sentado en un remedo de banca larga de madera sin cojines. Si hay suerte, la banca tendrá por cojín una famélica franja de espuma cubierta en cuerina.

Sí, muy lindos los colores de la chiva, pero son apenas un placer cosmético que no compensa el resto. Sí, muy pintoresca la gallina o el marrano en el techo o en las piernas de su vecino de puesto. Eso sí, ruegue por que a los animalitos no les de por producir allí mismo su dosis de gallinaza o de marranaza.

"Pero al menos sirven para hacer unas artesanías chéveres", dirán los optimistas. Tampoco. Siempre que uno lleva una chiva al exterior, corre los siguientes riesgos:


*Que se rompa y llegue a su destino sin el bulto de café o la gallina sin cabeza.
*Que se la rompan los de la aduana de cualquier país porque no confían en un colombiano que lleva una cosa con textura de yeso que sólo está pintada por encima.
*Todas las anteriores, con una larga sesión de preguntas intimidantes y una poco atractiva invitación a sacarse una radiografía de los intenstinos. Si no hay máquina de rayos X, no le extrañe ver a un tipo que se dirige a usted con las manos metidas en un guante de caucho.

Absténgase de la chiva. Lleve arequipe, café o la última edición de la revista Cromos. Se lo agradecerán más y lo joderán menos.

Pero hay algo peor: las chivas rumberas. Como
los colombianos somos tan caribes y tan gozones (ver la letra C de esta serie) algún avispado pensó que la chiva rumbera era una gran idea. No, porque el goce en ellas nunca es completo. Si baila, le toca hacerlo con una mano en el pasamanos del techo, la otra en la botella de aguardiente y los pies en posición de arquero en penalti por el movimiento (agréguele huecos a la ecuación si está en Bogotá). Si está sentado -como la mitad de la gente que va en las malditas chivas rumberas- lo más probable es que esté cagado del frío (si está en Bogotá), con cara de estreñido, y, si intenta gozársela un poquito, moviendo los brazos con los dedos en posición de palo de maraca.

El único consuelo (de tontos) de la abominable chiva rumbera es que es un mal compartido. En Londres, a algún cockney pachanguero se le ocurrió reciclar algunos viejos buses de dos pisos (los del modelo Routemaster) para convertirlos en el equivalente anglo de las chivas rumberas. Y, créanme, no son mucho mejores.

Finalistas: Chucu-chucu, Charreteras, Chales.