
En todo caso, puedo decir que hoy acabo mi día con una botella de 200 ml de sello azul en mis manos, después de ir por casualidad a un evento de Johnnie Walker, donde estaban presentes, el embajador de JW (sí, ese es el cargo del señor) y el diseñador Bill Amberg, un par de ingleses pinchadísimos, al lado de los cuales Anthony Hopkins en “Lo que queda del día” parece el más burdo de los patanes.
En fin, el sello azul es una delicia. No hace falta tomar mucho para sentirse satisfecho y el sabor y el olor son, de verdad, memorables. Uno siente cómo el líquido va empapando cada papila y como va tocando cada tubo del aparato digestivo. Creo que lo guardaré para una ocasión muy especial, para tomármelo con muy poquita gente, porque la verdad es que no tengo ninguna intención de gastarme medio millón de pesos en una botella de trago.

Preparé una infeliz pasta con salsa boloñesa, que me comí con un deleite infinito acompañada por dos vasos de mi amado rioja. Sí, en vaso. Sí, en calzoncillos. Sí, solo. Pero con la felicidad del hombre libre.
2 comentarios:
jaja eso es como los perfumes, hay unos tan caros, que uno solo se los hecha en momentos especiales y a veces resulta que ese momento especial se va al traste, ayer me heche uno que esta descontinuado y me queda poquitico, al menos ayer valió tanto la pena.
esta bien celebrar la soledad, celebrarse uno mismo.
ya sabe que va a haber momentos especiales en diciembre. yo veré cómo es que sabe ese sello azul.
:P
mentiras. tómeselo antes.
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