
Hace unos días le decía a alguien que mi principal temor de envejecer era convertirme en un viejo verde. Puedo soportar la calvicie, las arrugas, un poco de barriga y falta de flexibilidad. Pero tengo pánico de ser un viejo verde vergajo que no actúa según su edad.
Qué ceba mirar a una niña con los ojos entrecerrados, echar el cuello hacia atrás sin mover la cabeza, poner los labios en posición de aspirar por un pitillo y murmurar algún comentario híbrido de porno y cursilería.
Porque lo triste del viejo verde no es lo que pretende, sino la manera persistente en la que falla en su objetivo de atraer unas carnes firmes.
Ojalá que la edad me vuelva un patriarca o, en el peor de los casos, un venerable anciano.
Lo de pintarse las canas y dejarse un mechón largo para peinárselo encima de la calva queda para otra ocasión.