9/12/2011

¡Periodista!

Mientras era estudiante universitario, e incluso, después de haberme graduado, oí toda clase de críticas contra mi oficio. Algunas de ellas ciertas, otras completamente falsas y las que más me gustaban, que eran las ciertas pero sin mayores datos al respecto, por lo cual quedaban un poco cojas, pero que demostraban que la persona había procesado mentalmente sus inquietudes antes de hablar.

En más de una ocasión oí a un amigo muy querido tomarme del pelo a la hora de rebatir un argumento mío con un tajante “¡periodista!”, pronunciándolo de manera que se entendiera que como uno es periodista, uno no tenía argumentos para opinar, como queriendo decir “entiéndalo, ¿qué más se puede esperar de un periodista?”.

Para empezar, un periodista no tiene que sabérselas todas. No creo en periodistas expertos en temas. Un periodista debe, ante todo, ser experto en periodismo. El experto en música se llama músico; en economía, economista; en salud, médico y así sucesivamente. Un periodista debe ser experto en preguntar, leer, escribir, releer, borrar y editar, porque esas son las habilidades que exige el trabajo. Si nuestro interés laboral o personal nos lleva a conocer más de ciertos temas, siempre será una ventaja adicional, pero de ninguna manera podremos llamarnos expertos.

Pongo un ejemplo: una de de las fotos más famosas del fútbol colombiano la tomó un periodista (no un fotógrafo) que se gana la vida escribiendo sobre carros. Se trata de José Clopatofsky, quien inmortalizó el grito de alegría de Freddy Rincón tras anotar el gol del empate contra la selección de fútbol alemana en el campeonato mundial de Italia en 1990. “Clopa” estaba con su cámara lista en un momento en el que muchos fotógrafos profesionales ya estarían dando el partido por perdido y seguramente estaban enfundando sus cámaras porque el juego estaba a punto de finalizar. Ser periodista consiste en estar siempre despierto porque uno nunca sabe dónde surge la noticia. También debemos mantener el espíritu del estudiante ñoño del colegio, que si no sabía, simplemente levantaba la mano y pedía que le aclararan, sin miedo a las burlas de los compañeros.

A lo largo de mi carrera he entrevistado a personajes tan disímiles como un reciclador, un exsecretario general de la ONU, una ex miss Universo, un estudiante de doctorado, varios desmobilizados de la guerrilla y los paramilitares, estrellas de espectáculo con diferentes grados de brillo (un ganador del Oscar incluido) e incluso a un miembro de mi familia cuya fama se circunscribe al apartamento en el que habita. No soy experto en ninguno de los temas que ellos dominan y tampoco aspiro a serlo. Aspiro, eso sí, a hacer siempre las preguntas que sean del caso (aunque también algunas inconexas porque a veces resultan útiles para completar la escena), a consultar una segunda fuente y a exponer lo que encontré con calidad y, sobre todo, claridad.

Eso es todo, en eso consiste el trabajo. Si tienen algún reparo sobre nuestros textos, señores abogados, antropólogos, economistas, filósofos, historiadores y profesionales de cualquier otra área, les sugiero que lean sus propios textos en voz alta en las frecuentes ocasiones en que los invitamos a participar en alguno de nuestros medios. Suele suceder que esos trabajos son un desastre porque esos profesionales tan doctos en su materia suelen ser incapaces de resumir en un par de párrafos sus ideas principales y casi siempre emplean un lenguaje técnico que si bien resulta natural y comprensible para sus colegas editores de revistas indexadas, es completamente inútil en un periódico que va a ser leído tanto por un embolador como por el presidente de la república. Estimados profesionales de otras áreas, no nos den palo por no saber todo lo que saben ustedes, ni por hablar en los términos en los que se expresan ustedes; fustíguennos, eso sí, si no confirmamos lo que ustedes nos dicen, si no volvemos a preguntar sobre el mismo asunto en caso de que algo no nos quede claro, si no llegamos a la entrevista sin haber leído, así sea en Wikipedia, un poquito sobre su hoja de vida o su especialidad. Y ante todo, recuerden que no somos sus enemigos. Pero tampoco sus colegas.


Apéndice

  • No nos pidan boletas para espectáculos, la verdad es que cuando nos dan alguna, es exactamente eso, una sola, o un pase doble, pero nada más. Las decenas de boletas de la gente de la radio son para rifar.
  • Por favor, dejen de decir que manipulamos a la gente. Cada quien se deja manipular como quiere. Si no les gusta nuestro trabajo, apaguen la televisión, el radio o no compren los periódicos o las revistas. O, de manera menos drástica, cambien de canal, estación, periódico o revista. La gente que más se queja de los periodistas suele ser la que primero llama a las salas de redacción para denunciar que en su calle hay un hueco o nos pregunta por qué no defendemos o investigamos a tal o cual personaje.
  • La gran mayoría de los periodistas no somos amigos íntimos de los famosos y los poderosos, por lo cual no estamos en capacidad de pedirles favores personales.
  • Dentro del periodismo hay muchos egos, hipocresías y fallas, de la misma manera que en el mundo de la mecánica, la medicina, la astrofísica o las ventas hay muchos egos, hipocresías y fallas. Cuando los periodistas fallamos no lo hacemos por ser periodistas sino por ser humanos (lo cual, por supuesto, no nos exime de responsabilizarnos por nuestros actos).