9/12/2008

Mis problemas de la A a la Z. Problema J: Jarabes

Quizá en otra ocasión ya había hecho referencia a la Emulsión de Scott, pero es que no puedo pasar por la jota sin profundizar en algo que me perturba tanto, que es de esas cosas que puedo decir “cuando yo tenga hijos, no voy a ser así”.
Intentaré, a menos que un médico con más cartones que un tugurio me indique lo contrario, no darle ninguna clase de jarabe al fruto del vientre de aquella en la que deposite mi mala semilla.
Los jarabes son unas de esas vainas que deberían estar destinadas sólo para el uso neonatal o de niños que presenten un lamentable y avanzadísimo estado de desnutrición.
Uno podría pensar que a los niños les dan jarabe, a pesar de su asqueroso sabor, porque bajan más fácil. ¡Falso!, los niños comen de todo: tierra, pilas, fichas de Lego, llaves, canicas, botones, monedas y la mayoría de veces no sólo sobreviven sino que reinciden, con lo cual queda muy claro que no les debe quedar muy difícil pasarse entera una inocente gragea recubierta.
Voy a mi trauma concreto. Cuando era niño, a mi mamá se le ocurrió que era buenísimo darme emulsión de Scott, ese jarabe con textura de sabajón, pero con sabor a aceite de hígado de bacalao. El caso es que en mi casa, el aceite de hígado de bacalao venía en dos presentaciones: jarabe para mí, y grageas para mi papá y mi mamá.
Nunca he tenido una conversación seria con ellos pero ahora que mis 31 añejos me dan la madurez para enfrentar este trauma, debería reunirlos y aclarar este horrible episodio de mi pasado.

Finalistas: Las Jimenas y los Javieres cuando escriben su nombre con X.