30/09/2008

Mis problemas de la A a la Z. Problema I: Inducciones

Todos hemos sido nuevos en alguna vaina. Pero pocas veces se siente uno tan nuevo como cuando llega a la universidad o como cuando se cambia de trabajo. Por eso, los departamentos de bienestar universitario y de recursos humanos le facilitan a uno la vida. Y sí, son útiles en la medida en que le indican a uno cómo sacar un libro de la biblioteca, en dónde se piden los certificados para cualquier efecto, a quién se le pasa la carta para pedir vacaciones o qué le pasa a uno si lo cogen bajando música pirata mediante esa versión de Limewire que uno, ingeniosamente, logró instalar en su PC sin permiso de los de tecnología.

Lo terrible de las inducciones es que a uno nunca le informan sobre lo caspa que es el portero de la biblioteca, de la cifra astronómica que le cobran por el certificado, de la poca disposición del jefe para otorgar vacaciones o del escándalo que se le arma cuando se den cuenta de que usted no está bajando música sino porno (a un amigo mío le castigaron la conexión a internet durante un mes).

Por otra parte, las inducciones –sobre todo las grupales- son campo fértil para las abominables dinámicas de integración, en las cuales -en el mejor de los casos- uno tiene que participar en una especie de carrera de observación interna para conocer algunos de los vericuetos físicos o institucionales del sitio. En el peor de los casos, lo ponen a uno a aprenderse el himno de la empresa (¿por qué una empresa debería tener himno ¡¿ah?!), a escribir por grupos un acróstico en un papelógrafo en el que cada letra represente una virtud o una aspiración, y otras vainas así.

Por culpa de una inducción –la de la universidad- viví uno de los episodios más risibles de mi vida, aunque para la pobre víctima fue extremadamente vergonzoso. Y dice:

Era una seca mañana de julio. Abarrotábamos el auditorio Luis Carlos Galán de la universidad Javeriana poco más de 100 primíparos de comunicación, dispuestos a que nos dividieran en nuestros grupos de inducción para los siguientes 5 días. Empezaron a repartir premios basados en categorías estúpidas. Yo obtuve el premio “Ratón de biblioteca” por ser el primíparo que entró con el ICFES más alto (incluía un lápiz y dos boletas para ir a un concierto de la filarmónica y eso sí fue chévere, aunque mi fama de ñoño quedó firmemente cimentada desde el primer día). Lo realmente grave sucedió cuando empezaron a decir en voz alta los nombres de las personas y sus grupos. Cuando empezaron a armar el grupo 5, dijeron: “Juan Pablo Valencia, Álvaro Velandia...” y así sucesivamente.

Hasta que dijeron “Franklin Laureano Acuña Melo”. Una risa que los más discretos intentaron enmudecer con la mano llenó el auditorio. Lo peor fue que como el personaje no aparecía, volvieron a decir “Franklin Laureano Acuña Melo”. Un muchacho delgado y vestido de negro se levantó y caminó hacia donde estaba su grupo. Las risas volvieron a sonar, un poco más apagadas porque ahora el nombre tenía una cara y un cuerpo presente. Para eso sirven las inducciones.

Para eso, y para que le den a uno algunos consejos extremadamente útiles, como los de seguridad que da la ONU a sus funcionarios, independientemente de que ejerzan en una oficina en Bogotá o en el pueblo más minado de Colombia. Unas perlitas (100% verídicas):

  • No intente imitar las técnicas de conducción que ha visto en las películas de James Bond.
  • Nunca guarde como recuerdo partes de minas o de munición.
  • Si tiene que hacer sus necesidades, hágalas en la carretera.
Por eso es que las inducciones se me hacen tan charras. Porque lo único que a uno le queda claro es la misión y la visión del organismo, pero detalles del por qué la taza de uno siempre acaba en otro escritorio, son cosas que pertenecen a la dimensión desconocida.

Finalistas: Inmolaciones, Idilios, Impresionismo

9/09/2008

Mis problemas de la A a la Z. Problema H : Hipnosis regresiva

Pocas cosas por H me causan problema, pero si tuviera que escoger algo, sin duda sería la hipnosis regresiva.

Recuerdo un programa de Radioactiva en el que en el horario familiar de las 23.30, o quizá más tarde, hipnotizaban a alguien. Normalmente, era alguno de los locutores de la misma emisora los que se prestaban para la demostración (?), que corría a cargo de un “experto”. Se supone que era experto en hacer que la gente descubriera quién había sido en una vida anterior, pero a mi me huele que este timador sabía más de sexar pollitos que de adivinar el pasado remoto.

Después de los procedimientos de rutina (“Relájate. Respira profundo. Cuando cuente tres, vas a quedar dormida”), la locutora empieza a responder todo lo que el hipnotizador le pregunta.

Así, la niña descubría que en el pasado fue un judío en un campo de concentración nazi, y que formó parte de la corte de María Antonieta. La lista de sandeces seguía, y si bien la locutora de voz sexy nunca llegó al extremo de haber sido Napoleón, Leonardo da Vinci u otro candidato a biografía gorda en libro de pasta dura, sus vidas pasadas sí coincidían con momentos de alta importancia histórica.

Además, siempre era europea. La nena nunca cultivó papas con los muiscas, ni fue aguatera en la Bogotá colonial o guaricha en algún lupanar de La Habana.

Lo terrible es que un espectáculo similar ocurría en televisión y en otros espacios de radio. Todos europeos, todos en algún momento de importancia.

Por eso es que esta vaina no me la mamo y a estos vergajos deberían procesarlos por estafa.

Finalistas: Hembros, Hombreras, Hurras